
La falta de una visión unitaria de la Provincia de Buenos Aires, nos conduce a una estructura que aparece desintegrada. Somos un gigante con un cerebro pequeño, un dinosaurio que se mueve torpemente, que no se conoce y que no sabe utilizar sus enormes recursos. Prescindiendo de quién la gobierna hoy o de quién la ha gobernado, debemos señalar las deficiencias en que se ha incurrido en todos los estamentos de gobierno de los últimos largos años. Cuando hablamos de política educacional nos encontramos con leyes que se aprueban, se prueban y se reprueban ante el fracaso cantado, por errores de concepto y falta de estructuras apropiadas - cuando no de distorsiones ideológicas; cuando hablamos de políticas de salud, tropezamos con hospitales que se inauguran y quedan por largo tiempo sin funcionar o vacíos, sin diseños de políticas zonales que ahorren esfuerzos y recursos, con insuficiencias notorias en los servicios sanitarios y en la atención primaria y de alto riesgo; cuando hablamos de inseguridad tropezamos con una manifiesta inoperancia o una preocupación por el problema que, por sus desaciertos, origina más inseguridad; cuando hablamos de políticas financieras, no se entiende que con un poderoso sistema como el que tenemos a través del Banco de la Provincia, estemos lejos de proporcionar el financiamiento que demanda la estructura productiva; cuando hablamos de un plan vial, no vemos nada planificado con visión de futuro, sino obras o remiendos apurados, muchos preelectorales, que no modifican los defectos esenciales de la infraestructura que requiere el desarrollo productivo; cuando hablamos del régimen municipal, comprobamos cómo se despilfarran nuestros dineros en clientelismo y burocracia, en lugar de prestaciones de servicios de interés general; cuando hablamos de reformas estructurales no entendemos las demoras en instrumentar acciones para terminar con problemas ambientales, con el de la basura o el de las aguas contaminadas que envenenan a poblaciones enteras; ni qué hablar de la necesidad de poner sobre la mesa otros temas tan importantes como la modernización de los puertos y nuevas localizaciones para los de aguas profundas, o la reconstrucción de la red ferroviaria que, lejos de aumentar, ni siquiera mantiene el diseño iniciado hace 150 años. La enumeración se hace interminable. Los problemas de desnutrición, drogadicción, desocupación, accidentes de tránsito, barrios de una pobreza vergonzosa, delincuencia infantil-juvenil, inequidad educativa, el desinterés por las iniciativas culturales y científicas, no son fenómenos imposibles de superar en un tiempo razonable. Lo que no podemos es seguir dejando pasar el tiempo hasta hacer utópica la recuperación. De los 134 partidos que integran Buenos Aires, más de 100 son predominantemente agropecuarios. Si hubiera conciencia de sus intereses, podrían ser gobernados por fuerzas afines para estar dignamente representados. Convengamos que si es indispensable que las autoridades nacionales entiendan la problemática del agro y sus derivaciones en los variados sectores de la industria, la alimentación, el comercio y los servicios, es también indispensable que las personas de los ámbitos provinciales rurales o urbano-rurales, tengan una participación más activa en la vida política y social de sus comunidades. Donde no hay compromiso, no hay queja que valga. Sabemos que no es fácil vencer el escepticismo que lleva a la población a una peligrosa actitud de indiferencia o acostumbramiento. Pero hay que demostrar que, más de una vez, no es el sistema sino los vicios del sistema los que nos llevan a situaciones degradantes y que el dejar hacer, es el caldo de cultivo del autoritarismo, la corrupción y la ineficacia de los procedimientos de control. Así caen las instituciones, las ideas, la justicia e incluso, las buenas intenciones de algunas autoridades que se ven desbordadas por la realidad y la falta de apoyo. Y hay más, ya que la provincia de Buenos Aires aun se debe la resolución de un problema de larga data: la ausencia de una conexión fecunda con las demás provincias y con la ciudad de Buenos Aires. Es la hermana mayor por historia y por riqueza, a quien las demás provincias siempre han mirado con recelo. Esta es una de las causas, y no la menor, de que no puedan prosperar muchas iniciativas, como la búsqueda de respuestas para problemas hídricos o para aplicar políticas poblacionales o ambientales eficaces, por mencionar sólo algunas. Los bonaerenses debemos saber y sentir que ninguno de los problemas de las demás provincias nos pueden ser ajenos y que debemos complementarnos y participar con ellas en el gran proyecto nacional. El gran desafío del futuro debe estar sustentado en el fortalecimiento y el desarrollo armónico de las economías regionales, en la valorización del capital humano y del capital de trabajo, en el crecimiento espiritual, cultural y científico y en el afianzamiento de la familia como base insustituible del equilibrio social. Sobran los diagnósticos, hay proyectos enunciados y en embrión. Lo que nos falta es el impulso de concretar, de actuar, de elegir bien, de tomar el toro por las astas. No es fácil, pero a veces, hasta el esfuerzo más pequeño puede ir marcando el camino de la esperanza
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