miércoles, 13 de agosto de 2008

PODER Y LEGITIMIDAD

Envueltos en un mar de errores y confusiones, los argentinos estábamos transitando una realidad ficticia que nos alejó de la realidad verdadera.

Habíamos dejado de lado nociones esenciales que manaban de nuestra historia y de nuestras instituciones. Restábamos importancia a palabras y conceptos como orden, ley, justicia, derecho, legitimidad, federalismo o equilibrio de poderes. Todo era elástico, movible o desconocido. Las irregularidades y el contenido de la Ley Fundamental, pasaban al último cajón del olvido, mientras la vida podía fluir generosa…para algunos.

Pocos preveían que las violaciones admitidas tanto por los violadores como por los indiferentes provocarían a la larga un cimbronazo. Y la realidad tapó la ficción.

Cuando los abusos del poder traspasaron los límites y las cuestiones económicas hicieron demasiadas cosquillas, los ánimos se exasperaron. Y la sordera de un oficialismo que en un principio subestimó la fuerza de la ya emblemática protesta del campo, se encontró en una encerrona que seguía estrangulando con más actitudes y palabras exasperantes.

En una clara demostración de su desconocimiento de los problemas que suscitaron la rebelión, el poder no cejó en una argumentación sin asidero y en la utilización de métodos vejatorios para que su “enemigo” no tuviera más remedio que terminar la lucha, por cansancio o temor.

No tuvo en cuenta que aquel sector, otrora manso y silencioso, no estaba dispuesto a bajar sus banderas sin que sus quejas fueran comprendidas y tampoco estaba dispuesto a hocicar si la tentaban con la violencia. Corajudos o insensatos, como quiera llamárselos, han dado pruebas de que ya no van a someterse fácilmente a las resoluciones inconsultas de un Estado que está poniendo en peligro la legitimidad del poder que ostenta, una legitimidad que a ojos vista está en proceso de declinación. Por eso el miedo ha comenzado a penetrar en sus entrañas.

Al dejar al descubierto su realidad agobiante a la que se fueron agregando otras que estaban semioscurecidas, el campo despertó a los argentinos. Desde el interior campesino llegó la luz a las ciudades y fue como una varita mágica que sacó del letargo a una ciudadanía que había perdido la capacidad de asombro y de reacción.

Cuando se describía al pueblo de Buenos Aires en momentos previos a la Revolución de Mayo, se dijo que el campo era una vaga identidad que comenzaba a definirse. Curiosamente, el campo recién terminó de definirse el 25 de mayo de 2008 en Rosario de Santa Fe. Y el país terminó conociéndolo.

El gobierno nacional no previó los efectos de los reclamos denegados sin lógica ni respeto. Ante inesperados contendientes de tierra adentro, dignos y con señorío olvidado, libres, rudos y poco amigos de la blandura en el trato, sólo atinó a conducir la crisis con ineptitud, soberbia e imprudencia, por decir lo menos, y con ello arrastró al país a una situación impensada pocos meses atrás. Más impensada aún cuando perdió la votación del Senado y quedó demostrada la fortaleza de un pueblo que se mostró unido sin claudicaciones. Esto nos hace recordar que si “el poder es una minoría organizada”, una “desobediencia masiva movida por fuerzas inexplicables, puede paralizar la autoridad” (G.Ferrero, Poder , 1942) ¿Queremos llegar a eso?

Un gobierno republicano legítimo no actúa a su albedrío ni justifica su poder simplemente porque ha sido elegido por el pueblo, ignorando después al pueblo como si ese respaldo fuera un cheque en blanco. Si cae en esa ficción constitucional y no hay quien se atreva a hacer frente a la desmesura, ya sea por conveniencia, por falta de convicciones, por intereses particulares o por cobardía,
habremos caído en el absurdo de ignorar la profundidad del control recíproco de los poderes del Estado. Pero, inevitablemente, a la larga, estas situaciones desembocan en el fin no querido por los que mandan: la suma de excesos despierta a las rebeldías siempre latentes.

Las fuerzas políticas no siempre pueden dominar las escaladas de violencia que se desatan cuando la prudencia no prevalece y el miedo domina tanto a los de arriba como a los de abajo. En las horas que estamos viviendo, se impone poner una gran cuota de sensatez en los dominios de la cosa pública y son los tres poderes del estado los que deben defender sin subterfugios los principios que legitiman su derecho a gobernar.

Los ciudadanos sin representación y sin los oropeles de algún cargo, para no catalogarnos como ciudadanos comunes que a algunos molesta, tenemos el derecho y la obligación de seguir los acontecimientos con atención participativa, moderando los impulsos de la violencia, pavimentando las rispideces y contribuyendo a encontrar los caminos pacíficos para que se comprenda el peligroso momento que atravesamos.

Debe quedar claro que esto no implica bajar las banderas de la defensa de la República.

Publicado en "La Nueva Provincia"
Mayo de 2008