La historia de la National Farmers’Federation (*) (Federación Nacional de Agricultores) de Australia y cómo se logró la unión de sus asociaciones agroganaderas, es algo interesante de estudiar en relación con lo que sucede en nuestro país.Son muchas las razones sociales y económicas por las que el sector agropecuario argentino se organizó, como el australiano, en diversas asociaciones.
Los grandes propietarios, especialmente cabañeros y criadores de ganado, fueron los que fundaron en 1866 la Sociedad Rural Argentina (SRA). Los aparceros, arrendatarios o pequeños productores se fueron agrupando desde 1912 en la Federación Agraria Argentina (FAA). Desde 1943, 310 sociedades rurales se fueron conformando en las Confederaciones Rurales Argentinas (CRA) y adquiriendo una influencia más específica en distintas provincias y ámbitos regionales.
Pero no se puede negar que, hasta hace poco, cuando se buscaba una opinión sobre el campo, era indefectible que se recurriera a la SRA, aunque ya su estructura y su masa social no tuvieran la importancia de otrora.
Es indudable que la diferencia en el tamaño y en la productividad de las explotaciones, tiene una influencia importante en la búsqueda de soluciones para el campo, lo cual a veces complica la unidad de criterios y coloca a sus hombres como víctimas de su propia diversidad. De ahí que sean comunes las críticas a los productores rurales por su individualismo.
En temas conflictivos o más ideológicos, como la defensa de la libertad absoluta de mercados frente a los reclamos para una intervención del gobierno a fin de obtener subsidios o precios sostén, podríamos decir que, en la actualidad y frente a tiempos económicos difíciles para la mayoría de la población, las diferencias son sólo de matices.
Contrariamente a lo que sucedía en Australia, donde los esfuerzos para unir al sector tropezaban con asociaciones que representaban a determinados commodities o razas específicas, en nuestro país las asociaciones representan un mayor espectro productivo.
Lo interesante del modelo australiano es que, ante esa diversidad y a la falta de respuestas gubernamentales, se decidió la formalización de un partido político como un nuevo grupo de presión, imitando en cierta forma la acción de los sindicatos que se hacían fuertes dentro del Partido Laborista. Pasado un tiempo, los ruralistas vieron que su afiliación al Partido del Campo, les traía inconvenientes en las negociaciones con el gobierno laborista y entonces, a la declinación de la participación campesina, había que agregar el éxodo rural hacia las ciudades, la atracción de electorados de sectores costeros y de otros estilos de vida y los cambios en los medios de comunicación que caían en manos de compañías de las grandes ciudades, lo que fue restando espacio para el campo. La declinación del Partido campesino era notoria.
En 1972, con un electorado poco significativo en áreas rurales, el gobierno laborista, con fuertes lazos en los sindicatos, centraba sus prioridades en áreas metropolitanas. Se había acabado el tiempo en que los dirigentes rurales hablaban por teléfono con sus ministros para cambiar o establecer una política. Había empezado el tiempo de terminar con la división de agricultores, ganaderos, con la diferencias sociales y económicas. En 1979 la unión era un hecho. Los hilos sueltos se fueron sujetando y después de abrir sus puertas en Canberra, los ruralistas pudieron hablar “con una sola voz”.
La National Farmers’ Federation tuvo sus lógicos altibajos. En 1990, por ejemplo, puso fin a su confrontación con los sindicatos y buscó su cooperación para reducir las disputas, elaborando trabajos conjuntos tendientes a lograr el bienestar de la gente de campo. Puso énfasis en los trabajos de investigación y servicios a los productores y buscó también la cooperación de otros grupos de poder como los conservacionistas y los consumidores. Se convirtió así en un lobby poderoso para el sector. Pero, por sobre todo, la seriedad de sus opiniones y de las soluciones propuestas por expertos en cada tema, la convirtieron en una instancia indispensable en la conformación de políticas públicas, abarcativas de toda la cadena agroalimentaria y agroindustrial y de la problemática social.
Cuando lo pongo como ejemplo de algo que, si bien no es sencillo de conseguir, podría ser beneficioso para la Argentina, surgen las voces que dicen : “Eso puede pasar en un país anglosajón. Los argentinos somos distintos”. Yo sugiero que investiguemos por qué entonces en Brasil, algo parecido a esta unión australiana del agro, es hoy un eficaz factor de poder y no precisamente en un país anglo-sajón. Al menos, es algo para pensar.
(*) Tom Connors – “To Speak with One Voice: The quest by Australian farmers for federal unity” - Perth, 1996.